Miro la imagen en el espejo, converso con ella, recibo sus respùestas, sonrío, lloro, me emociono. Es el otro, el que veo del otro lado, el que sin dudas me trasmite las sensaciones que recorren las moléculas dormidas de mi apagado cuerpo. Las lágrimas se acercan y recorren las mejillas del poeta, y el poeta se intenta acercar al otro. Entonces se esfuma la imagen... se desvanece como si fuera que una ola salina arrastrara los dibujos realizados en la orilla del mar. Y vuelve la desolación, la angustia, la desazón de saberme solo nuevamente. Pero el milagro está por ocurrir. Doy vuelta mi humanidad y descubro una nueva imagen que me devuelve un nuevo espejo. Me mira sonriente, como invitando a un nuevo goce. Lo miro a los ojos, esa única mirada que no es capaz de engañar. Y en esa zambullida en el alma del otro vuelvo a sentir que la plenitud me completa, me sumerge en la felicidad, nuevamente, una vez más. Las lágrimas se acercan y recorren las mejillas del poeta, y el poeta se inte
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