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Mostrando entradas de febrero, 2011

Semillas, somos nada más que semillas

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Pareciera que la calma a la vera de nuestras venas viene a confirmar lo que en todo momento presintieron nuestras vértebras. Erguidos y tensos, como a la espera de un final abrupto e ineludible, los silencios que brotaban por los arroyos de nuestros cuerpos desbordaban los cuencos. Nuestra existencia era efímera en sí misma y sobre todo para el entorno que nunca nos percibió, ni siquiera como una tenue amenaza. Eramos rescoldos exiguos de una tradición de la que nadie se acordaba. Y a pesar de todo estábamos ahí. Centinelas de nosotros mismos, prefectos de un territorio vasto e inexplorado que nos correspondía por derecho propio. Lo intuíamos, lo saboreabamos, lo palpabamos, lo aspirábamos mientras el fuego que nos consumía era viento que jugaba con las velas a la deriva. Las cenizas que esparcimos se evaporaron en el cosmos que nos engendraba. El cauce de aquél que nos dio la vida en otros tiempos fue urna funeraria ancestral de nuestra semilla.

Sentimientos

     La densidad de las palabras se diluye entre la tenue llovizna. Quién fui o quién seré es un dilema exiguo frente a la posibilidad de perder la dura fragilidad del presente. No importan a mi alma las banalidades que se descuelgan en el aire repetido ni los azotes que retumban en las pieles del peregrino. El amor como tal es una certeza sin futuro. Es una excusa pobre, un pasaje a ningún destino. Sin embargo el poeta que me habita no discute su discurrir. Solo fluye en él, se abandona, deja que sus fibras jueguen sin sentido o en ninguna dirección. Es la única manera en que el poeta concibe su existencia más allá de los pobres significados que disfrazan las palabras.      Comprender es un ejercicio vano que nos aleja infinitamente de todo lo que nos mantiene vivos. Aquello que nos permite movernos en lo sublime de nuestras experiencias no es plausible de racionalización. La poesía que emerge de las profundidades del poeta son apenas intentos embebidos de la fuerza que lo impulsa y

Desamparos

La tristeza que hoy invade al poeta lo excede en los límites de su piel. No le alcanzan los silencios y las lágrimas para comprender lo que no tiene explicación. "Y en este desencuentro con la fe...", todo es siniestro en el transcurrir de los días cuando dos seres humanos enlazados por la sangre, por la vida, por el afecto, aciertan a desgajarse, a ultrajarse en la savia única que nos mantiene vivos. Dar la espalda y dejar en el desamparo a nuestros retoños, a los que trascienden nuestra fronda, a nuestras raíces. Es haber sembrado en vano en la tierra de los siglos. No haber aprendido nada. Ser ignorantes, supinos de toda ignorancia. Y sin embargo así seguimos, silenciados en la palabra del otro. Incapaces de amar más allá de nuestro dolor. Miles de voces en la penumbra de los tiempos, en los resquicios del planeta, millones de lágrimas caen secas al mar. Desencuentros tan fugaces pergeñan las miradas, solapan los disturbios, acobardan los enojos. Señeros