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El lugar en el mundo

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Somos peregrinos de nuestro propio camino. Vamos siendo a medida que nuestros pasos van marcando el sendero. Y en ese peregrinar nuestro lugar en el mundo va siendo aquel que vamos habitando con cada pisada. En realidad, y a riesgo de ser muy parecido a mi viejo, nuestro lugar en el mundo es esa pisada que es también ese camino, que es también nuestra mirada, que es también nuestro pensamiento. Nosotros somos nuestro lugar en el mundo y lo llevamos adonde quiera que vayamos. No existe un lugar en el mundo en el que no podamos ser felices. Sí existen lugares en el mundo adonde nos sentimos más en armonía con el lugar, más cómodos con las personas con las que nos relacionamos.  Lleva mucho tiempo a veces, darnos cuenta de que la felicidad (o esos sentimientos que nos acercan a la totalidad del universo y por eso los confundimos con un instante feliz), son sólo chispas que se disparan desde adentro de nuestro corazón y parece que iluminan nuestro mundo. Nos perdemos en laberintos de

El camino

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      A veces nos perdemos en medio del camino solo por estar atentos al mismo. Nuestra mirada se desdibuja entre el sendero, las piedras, los arbustos, nuestros pies. Mantenemos la vista gacha, con miedo a trastabillar, a perder el equilibrio, a torcernos un tobillo. Nuestros sentidos están alertas a los más mínimos detalles de lo que tenemos por delante en los próximos metros, o mejor dicho centímetros y verdaderamente hacemos de ello un ejercicio de concentración.        Y pasa que en el camino tropezamos una, dos, tres veces con las rocas del sendero en la montaña. Las espinas de los arbustos se ensañan con las telas de nuestras vestiduras. Nuestros pies se fatigan entre resbalón y resbalón. Las ramas de los árboles que se cruzan en nuestro camino nos obligan a doblar nuestra columna y la espalda siente el cansancio de la carga. Tal vez no sea la primera vez que transitamos el sendero. Tal vez conozcamos las bifurcaciones y las dificultades. No obstante nada impide que nuest
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Cuatro años de silencio... No significa que el Peregrino no haya estado caminando en todo este tiempo... Probablemente tanto andar y andar haya acallado los sonidos externos o éstos hayan sido ahogados por las voces interiores que gritaban tanto... tanto... Los viajes no son ni bonitos ni feos... No hay una palabra para definir las sensaciones que atraviesan la piel mientras el caminante desafía las arenas, las piedras, las olas, las montañas, los dolores, las ausencias. Experimentar en soledad los estados más agudos, los sonidos más graves, descalzo, sin saber adónde es que termina el recorrido. Ése es el desafío. Hay en el tiempo tantas voces apagadas que dificultan la respiración de vez en cuando. Son vacíos inevitables. Huecos que socavan las esperanzas más elevadas y enraizadas. Penumbras que probablemente jamás alcancen a cerrar las ventanas y sin embargo son tan oscuras. Hoy la palabra le permite al Peregrino permitirse una mirada. Hacia atrás, hacia los costado