Inexorablemente circular

Luis caminaba siempre en círculos. Más bien en cuadrados, porque la ciudad estaba dividida en manzanas. No recordaba a ciencia cierta cuándo había empezado con esa costumbre, lo cierto es que ya no podía o no quería transitar la  vida de otra forma.

            Obviamente para todos, excepto para él, esto le causaba un sin fin de inconvenientes que la mayoría de las veces con un poco de ingenio se podían subsanar. Un ejemplo sería que para ir de su casa ubicada en  calle Sarmiento al supermercadito y luego volver,  a cualquier otro ser humano le bastaba con realizar un par de cuadras, ya que se encontraban en la misma calle a una cuadra de distancia. A Luis le insumía recorrer seis cuadras, porque además de caminar solamente en círculos (o cuadrados), él jamás lo hacía sobre sus pasos. Por lo tanto, cuando salía del supermercado, daba toda la vuelta a las dos  manzanas para regresar a su casa. De esta manera, decía Luis, el viaje era perfecto. De lo contrario, al volver por el mismo camino lo estaría deshaciendo, o lo que sería peor, lo estaría repitiendo.

            Desde luego esto no solamente le demandaba un desgaste físico mayor a Luis, sino que el tiempo que le tomaba realizar un trámite superaba la media de cualquier otro par. Esto se lo habían hecho notar en su trabajo con una notificación por demoras injustificadas y abusivas de su parte. La solución fue una bicicleta en la puerta de su trabajo. Cada vez que tenía que salir a llevar algún documento lo hacía pedaleando. Al principio fue una salida, ya que evidentemente iba más rápido que de a pie, pero con la manía de respetar  mano y contramano, las vueltas en el biciclo eran cada vez más exageradas. Al final terminó siendo la misma pérdida de tiempo.

            Para Luis eran todos detalles menores. Desde hacía más de veinte años su vida giraba por la ciudad y no reparaba en las minucias que esto le provocaba. No tenía ninguna creencia en particular sobre el tema, tampoco era una cábala o atisbo semejante. Simplemente en algún recoveco de su historia sus caminos se fueron curvando y terminaron por llevarlo siempre al mismo lugar. Aunque los círculos (o cuadrados) se fueran agrandando, los fuera concatenando con otros y lo fueran llevando cada vez a regiones más desconocidas, el punto final era siempre su casa. Su cálida, reconfortante y circular casa.

En todos estos años casi no hubo novia que le haya sabido comprender sus peculiaridades. La única que intentó al menos entender su historia, la abandonó porque vivía en una diagonal, un error imperdonable a su entender en la planificación urbanística de la ciudad. Con el correr de los días su vida afectiva terminó siendo también una órbita que acababa siempre en la misma soledad.

Lo fastidiaba lo no circular. Lo inquietaba el hecho de que los recorridos de los colectivos sean tan lineales. Por esto no tomaba colectivos. Y no le importaba tener que pagar de más para obligar a los taxistas a llevar la ruta que él les marcaba. Había que ver la cara de los choferes ante la insistencia de aquél pasajero en realizar un trayecto mucho más largo que el habitual. O la de los pocos amigos que le quedaban cuando salían juntos a caminar. La mas de las veces terminaba peleado con alguno de ellos.

Con todo, hubo una época, desde los quince  a los dieciocho años, que se sintió fascinado por todo lo que tuviera ángulos. Sin dejar sus hábitos, llenó la pieza de cuadros, de posters; las estanterías de libros, de cajitas de  discos compactos. En el colegio dibujaba en los márgenes de las hojas  toda clase de cuadrados, rectángulos, polígonos, triángulos. Hasta que empezó a trabajar y fue perdiendo progresivamente la práctica del dibujo.

A pesar de todos estos inconvenientes, Luis nunca cuestionó la circularidad de sus acciones.

El último día, se había dispuesto a poner sus ideas en orden después de una agotadora jornada de trabajo. Cerró con llave la puerta del departamento y se fue sin rumbo fijo. Mientras iba caminando siempre fiel a su estilo particular de ir por la vida, sus pensamientos iban divagando entre la infancia y la adolescencia, entre su familia, sus amigos y sus amores. Por primera vez en la vida, sin cuestionárselo, estaba tratando de entender en qué punto del camino había torcido el volante de su historia de esta manera. Por primera vez en la vida estaba tomando conciencia de que se encontraba atascado entre los rayos de una rueda que no lo dejaba avanzar más allá del radio de la misma  y que lo devolvía siempre al mismo punto de partida.

A la hora  y media aproximada de caminata dobló en una esquina e inmediatamente comprendió toda su vida y aceptó su destino. Se encontró con un callejón, una rampa por donde solían bajar las lanchas y el río, única continuación de la calle en la que entró  Luis con sus cavilaciones. Con la tranquilidad que le daba el hacer lo que tenía que hacer, Luis no volvió sobre sus pasos. Sereno y feliz, siguió su camino rampa abajo, internándose lentamente en el lecho del río hasta que el agua mansa y dulce lo cubrió completamente.

Inmutable, Luis no se fue de nosotros. Nació y se encuentra siempre presente en el recuerdo de toda una ciudad, como personaje en infinidad de anécdotas que giran siempre alrededor de lo mismo.

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